Este verano, mi espíritu aventurero me llevó a alquilar en la playa, un kayak de mar. La idea era dar una vuelta con un amigo que al final ya tenía otros planes. Dispuesto a darlo todo me presenté con un traje de neopreno de mangas cortas por encima del cual me ajustaron un chaleco azul salvavidas. Me llevé un bonito kayak de mar amarillo hacia la orilla con el correspondiente par de palas unidas en el mismo tubo.
Mi objetivo era ir mar adentro lo más lejos posible, hacia un pequeño pitón blanco que se divisa a lo lejos en el medio de agua. Disponía de una hora para usar el material alquilado y conseguir mi objetivo 25 minutos antes de darme la vuelta.
El kayak tiene una carcasa doble con aire en su interior que lo hace insumergible. Para facilitar la salida del agua que llegaría a pasar por encima de la borda, como al romper las olas que atravieso para adentrarme en el mar, el kayak dispone de 4 agujeros. Me adentro alegremente más allá de las boyas amarillas que delimitan la zona de baño, comprobando que por mi peso un poco de agua no termina de salir del kayak por esos agujeros y entiendo que el nivel de agua me indica la flotabilidad de mi embarcación.
Al cabo de 10 minutos ya estoy a medio camino entre la playa y el faro que me sirve de guía. Me parece que tengo más agua en los pies. Me aplico a convencerme de que seguramente no me había fijado bien o que mi memoria me la está jugando. A pesar de esa observación, rechazo la idea irracional de que mi embarcación insumergible esté cogiendo agua.
Cinco minutos más tarde, me da la sensación de no avanzar tanto como antes remando. Lo achaco a mi falta de práctica, a un incipiente cansancio y a una posición demasiado echada hacia atrás, lo que tiende a hacer que se levante mucho la punta delantera del kayak, mientras que la parte trasera se hunde un poco. Entonces me aplico a trabajar los abdominales para llevar mi peso hacia adelante para re-equilibrar el barco y volver a mi velocidad de crucero.
Cuando se empieza por primera vez a tambalear mi kayak estoy aún a unos 200 metros del faro, compruebo con mi reloj que justo han pasado los 25 minutos minutos límites para dar la vuelta. Me sorprende no haber llegado más lejos o antes al faro. Algo no va bien. Cuando una ola me moja el culo comprendo que no es cuestión de posición, de repente veo que me tengo que rendir ante la evidencia, tengo mucho más agua en los pies, el agua quiere entrar por la parte de atrás y se levanta la proa. Estoy seguro de que mi kayak por muy imposible que parezca, está cogiendo agua.
De hecho, decido alcanzar el faro y sobrepasar el límite que me había marcado porque siento que necesito un descanso, que quiero poder alcanzarlo por amor propio para no tener que decir en casa «sí llegué a 50 metros del faro y me dí la vuelta porque ya había pasado mi tiempo de retorno autoimpuesto…» A unos 10 metros del faro, la estela que deja la presencia del faro genera una perturbación pequeña en la forma de las olas. A pesar de haber pasado las olas que rompían en la orilla con total soltura, me empiezo a tambalear, hago gestos bruscos y rápidos para recobrar el equilibrio y me caigo al agua. Estoy tranquilo porque de todas formas no sabía muy bien como acercarme al faro sin chocar con él, a nado y con el remo en una mano y el cordel del kayak en la otra, me siento más preparado para volver a tocar «tierra firme».
He de reconocer que tuve un pensamiento mágico mientras me subía por la escalera del faro hasta su plataforma intermedia, después de atar el kayak a una anilla del faro. Pensé que sin mi peso encima, el nivel del agua en el kayak volvería a lo normal como vuelve a coger aire y queda ligera la esponja que soltamos después de apretujarla en la mano para quitarle el líquido de su interior. Y como este pensamiento mágico no me costaba ningún esfuerzo, hice un poco de tiempo en el faro divisando la playa y la costa a lo lejos, las embarcaciones de distinto tipo sobre el mar.
Aparentemente mi kayak flotaba perfectamente, y había funcionado mi deseo piadoso. Sólo me quedaban 25 minutos para volver cuando me disponía a subirme a la embarcación. Me costó más subirme estando con no sé sabe cuantos metros de fondo que de pie en la arena de la playa, así que me caí dos veces en el intento. Cuando lo conseguí me pareció totalmente lógico. Aún me quedaban 25 minutos para volver, casi los mismos que había tardado en llegar hasta allí. Todo era aún posible, hasta que anduve 5 metros y me volví a encontrar con los mismos achaques que 10 minutos antes. El culo se hunde, la punta se levanta, se hace muy difícil conservar el equilibrio, tengo mucha agua en los pies, y la vuelta a la realidad me llegó con mi siguiente caída al agua.
Tenía que aceptar la dura realidad, la situación era ingobernable, me era imposible volver a la playa subido a mi embarcación. De repente me di cuenta de que no llegaría a la hora, de que me tocaría nadar y tirar del barco, o esperar a ser rescatado por el equipo que me había alquilado el barco. Me sentí muy cansado, como si me fallaran las fuerzas y la voluntad ante la imposibilidad no sólo de llegar a tiempo, sino de avanzar. Lo había dado todo para conseguir mantenerme a flote y avanzar. Pero ahora estaba desprotegido en el medio del mar, a 1300 metros de la orilla, con un remo en una mano y en la otra el cordel del kayak. Sólo iba a poder nadar con los pies. Y con un chaleco salvavidas puesto, la cosa no pintaba bien, parecía que mi estancia en el mar se iba a prolongar.
Aún no me había dado tiempo ni a asustarme, ni ha decidir qué hacer, si volver al faro que se encontraba a unos 80 metros o si seguir nadando, cuando fui rescatado en un zodiac por unos veraneantes que me ayudaron a vaciar el agua del kayak y finalmente me llevaron de vuelta casi hasta la orilla de la zona de baño ante la gran cantidad que tenía en su interior. Lo primero que ellos vieron es que uno de los tapones del kayak estaba abierto, el de atrás, lo tenía a mis espaldas y nunca sospeche siquiera de su existencia. ¿Para qué algo sellado e insumergible iba a necesitar un tapón para ser vaciado de agua?
Moraleja: a veces lo das todos, te organizas, te muestras precavido, atento y aparentemente racional, te adaptas a las circunstancias, piensas en positivo. Y parece que vas consiguiendo objetivos en tu vida. Pero puede que tus esfuerzos por solventar situaciones problemáticas y por reinventar una realidad que te sea menos cruda, te lleven precisamente a una situación de no-retorno, dónde el que parecía ser tu compañero de viaje te ha fallado progresivamente sin siquiera que tu lo hayas llegado a reconocer a tiempo, tan absorto en soluciones y proyectos y objetivos que no eres capaz de ver que desde un principio te equivocaste de compañero de viaje. Y que sin nadie para ayudarte te va a costar mucho y quizás no llegues a buen puerto.
Bertrand René Gerard Maridor
Psicólogo General Sanitario