Saber parar a tiempo.
"¡Está suficientemente bien para un pueblo pequeño!"
Os voy a presentar aquí con mis palabras una ley derivada del ámbito de la economía. Considero que es útil tenerla en mente ya que su ámbito de aplicación se extiende más allá de la economía, de una manera práctica a la vida cotidiana.
La primera vez que tuve conocimiento de esa Ley de rendimientos decrecientes, fue leyendo a Joseph Tainter en su libro sobre el colapso de las sociedades complejas en el que explica como llegaron a desaparecer sociedades complejas como las de los Mayas, o el Imperio Romano entre otras. Una de las razones que aduce para su colapso era que evidenciaban precisamente esa ley de rendimientos decrecientes. Al acumular unas infraestructuras complejas, una administración cada vez más pesada y en fin de cuentas unas cargas y necesidades que fueron mermando los rendimientos que habían permitido su expansión. Hasta que en determinado momento, a la favor de unas circunstancias negativas (malas cosechas, vecinos bélicos, epidemia, o cambio climático…) se rompiera de manera más o menos progresiva pero irremediable la estructura de esas sociedades que parcialmente se recompondrían en entidades más pequeñas. Un libro sin duda muy interesante para comprender algunas de las dinámicas que rigen la historia.
Ahora bien, lejos de este ámbito académico, descubrí recientemente que esa ley la tenía en cuenta, sin saberlo, mi abuelo que era carpintero y que la encontramos también en muchos aspectos de nuestras vidas.
Pero antes de seguir: ¿qué nos dice concretamente esa ley de rendimientos decrecientes?
La ley de rendimientos decrecientes predice que cuando invertimos en algo (tiempo, dinero, esfuerzo,…) lo que podremos llamar recursos en general, entonces mejoran nuestros resultados obtenidos (en términos de calidad, cantidad, velocidad…). Sin embargo, como lo podemos ver en la curva que dibujé para ilustrar ese artículo, la relación no es lineal, ni exponencial, ni definitiva sino que pasa por un óptimo y por un máximo antes de bajar. El rendimiento, es decir, la relación entre resultados deseados por recursos invertidos sube, luego sube menos y se estanca, e incluso empieza a bajar si seguimos invirtiendo más recursos.
Fase (1): Es la zona de rendimiento creciente, cada nueva inversión de tiempo, dinero, esfuerzo… se repercute de manera positiva y proporcional en los resultados que obtenemos.
Fase (2): Es la zona de frenado del crecimiento del rendimiento, en ella el rendimiento sigue aumentando pero cada vez menos y tenemos que invertir más para conseguir proporcionalmente cada vez menos.
Fase (3): Es la zona de rendimientos decrecientes, aquí aumentar las inversiones solo consigue mermar cada vez más los resultados, es decir que todo lo que sigamos haciendo que estuvimos haciendo y antes daba resultados, ahora se ha vuelto excesivo y contraproducente.
El óptimo: es el momento de la curva en el que los resultados pasan por un punto óptimo ya que es cuando proporcionalmente obtenemos mejores resultados en función de las inversiones realizadas.
El máximo: es el momento de la curva en el que los resultados llegan a su punto más alto, y por mucho que invirtamos al respecto, no conseguiremos mejores resultados.
Pero eso sigue pareciendo muy teórico: ¿Hay aplicaciones concretas de esta ley en la vida cotidiana?
Recuerdo una frase de mi abuelo que era artesano y que considero una muestra de sabiduría popular. Él solía decir en el momento de dar por concluida una labor, o un trabajo: «Eso está suficientemente bien para un pueblo pequeño.» ¿Qué querría decir con eso? Pues que había que dejar el trabajo en este punto porque aplicarse más apenas iba a traer una mejora.
Lo que incluso descubrí con el tiempo es que aplicarse más, insistir, cuando las cosas están bien es correr el riesgo de pasarse. Pasarse, lijando, pasarse echando pintura, pasarse echándole agua a la masa del hormigón, pasarse con la sal en la comida, pasarse con las muestras de afección, pasarse con las explicaciones, con las disculpas, con las interpretaciones… Y pasarse exige siempre medidas correctivas o compensatorias, es decir más esfuerzos para un peor resultado que el que habíamos alcanzado (antes de pasarnos). Pasarse significa mermar el rendimiento. Sólo hay que pensar en el trabajo extra que da tener que quitar pintura que empieza a chorrear porque hemos sido demasiado generosos echándola…
El ejemplo de los perfeccionistas.
Teniendo en cuenta lo que acabamos de ver, está claro que la perfección del resultado está en el punto de resultado máximo de la curva. Hemos visto que alcanzarlo requiere proporcionalmente mucho más tiempo, esfuerzo y dedicación que alcanzar un resultado óptimo. Seguramente que los perfeccionistas saben por experiencia que pasarse no es una opción. Y se acercan con cautela al máximo. Y pierden tiempo en ello. O si no lo hacen, lo pierden en corregir los problemas causados por no haber sabido pararse a tiempo.
Definitivamente, más (esfuerzo) no es siempre mejor (resultado).
Aristóteles ya, colocaba la virtud en un punto medio, ni demasiado, ni demasiado poco. Ahora comprobamos que el punto de resultado óptimo de nuestra curva no está muy lejos de ser un justo medio. Además, tiene la virtud de ser algo práctico, observable en el mundo real regido por relaciones de producción. Pero que una ley como la Ley de los rendimientos decrecientes se aplique en el mundo real no significa que la tengamos presente en mente. De hecho, suele ocurrir precisamente lo contrario: cuando algo no da el resultado esperado, a menudo pensamos que es porque no hemos hecho suficiente y seguimos haciendo más de los mismo, invirtiendo más y más recursos. Y si vemos que en definitiva no funciona, pensamos que estábamos equivocados. La realidad es más compleja que acertar o equivocarse.
El punto está en no pasarse, en saber parar a tiempo. Y para ello no viene nada mal recordar alguna muletilla como la de mi abuelo: «Eso está suficientemente bien para un pueblo pequeño». Nos recordará que nuestro tiempo, recursos y esfuerzos no son ilimitados y que debemos moderarlos para no malgastarlos, ni agotarnos, para poder legítimamente disfrutar de los resultados ya obtenidos y pasar a otra cosa.
Bertrand René Gerard – Psicólogo.